2009/09/22

Cada vez que cocino recuerdo Saltillo...

Y es que sin importar donde esté, siempre tengo al menos una olla o pocillo marca Cinsa, hecho en Saltillo.


Si, lo sé. Soné a comercial barato, pero es que es casi inevitable. Cuando voy a comprar trastes al ‘super’, la mayor parte de este tipo de utensilios de cocina son Cinsa así que a veces los termino comprando aun sin darme cuenta o simplemente porque no salen tan caros… digo, ¿a poco cuando compran trastes se fijan mucho en la marca?. No es algo que me enorgullece o que presuma pero tampoco me molesta. A veces, incluso pienso - medio en broma medio en serio - que cuando me pregunten "¿Qué hay en Saltillo?" debería contestar "pues Cinsa, donde hacen las ollas que usas".

Y es que aunque comprar trastes no es algo de todos los días, usarlos es demasiado cotidiano, así que aunque se hayan fijado en la marca del sartén que compraron hace dos años, lo más seguro es que no piensan en ello cada vez que lo usan para calentar frijoles o freír un huevo. Sin embargo, últimamente lo he notado más de lo habitual, no solo porque a veces no les quito las etiquetas a los trastes (para ver cuanto duran sin que se despeguen o se quemen) sino porque cada vez que he cambiado de residencia en los últimos años he tenido que comprar al menos un sartén, una olla, un vaso, cubiertos… y eso me produce una extraña e incómoda sensación de Déjà Vu, sobre todo si me doy cuenta que el traste que necesito y estoy comprando en ese momento es de la misma marca y modelo que uno que ya había comprado en otro lugar. Es molesto, desagradable e incluso algo deprimente comenzar de nuevo a comprar utensilios y herramientas para cocinar; es decir, partir otra vez de cero. Pero lo peor es que tengo que pensar muy bien que comprar y que no para no gastar demasiado y para no ocupar demasiado espacio, puesto que seguramente me volveré a mudar y no me podré llevar las cosas, o al menos, no todo. Esa es la sensación que he tenido estos últimos meses y que me recuerda mucho lo que sentí al llegar a Mexicali.

No niego ser aprehensivo con las cosas y me agrada serlo, de hecho, me parece absurdo no serlo. Me encariño hasta con mis platos y vasos y no me agrada deshacerme de ellos, en parte por el valor sentimental que pueden llegar a tener ciertas cosas, pero también porque soy muy selectivo, procuro ser muy cuidadoso al escoger cada cosa que compro y habitualmente elijo solo aquello que realmente me gusta y convence, lo cual no siempre es fácil, ya que encontrar algo que cumpla estos requisitos puede tomar mucho tiempo y esfuerzo.

Y bueno, aunque lo de los trastes es un ejemplo muy ordinario, lo cierto es que me siento similar con otras cosas, no solo por el valor material y el gasto que implica el comprar varias veces las mismas cosas, sino por la sensación de no estar construyendo algo duradero. De estar viviendo en el ‘por lo mientras’ y tener que prescindir de ciertas cosas para estar listo cuando haya que volverse a mudar. Aunque no a tal extremo, una forma de ejemplificarlo sería como si vivieran en una casa de campaña, en donde aunque quisieran no se podría tener una sala, una recámara, un baño, etc...

A veces me siento como un personaje del Mago de Oz, pero en mi caso, lo que pediría no es un cerebro o un corazón, sino una casa, o incluso, lo que la gente llama un ‘hogar’… pero tal vez igual que en el libro, siempre he tenido a mi alcance aquello que deseo o incluso más. Y es que si bien, este sentimiento recurrente que describo lo he tenido estando en Mexicali, en Chihuahua e incluso en Saltillo, cuando estuve en el D.F. no fue así, no tanto por el lugar, sino por la compañía. Y aunque por diversas razones lo dejé atrás y me dolió mucho hacerlo, agradezco que Dios (o la vida, o como cada quien le quiera llamar) me haya otorgado la oportunidad de recuperarlo y retomarlo, y estoy viendo la manera de que sea pronto. ¿Verdad, Neko-san?