2018/11/25

The Nothingness

A veces, las personas no mueren, solo dejan de ser personas. Se desvanecen, se convierten en nada.

Es muy triste cuando hay una muerte trágica, cuando ocurre un accidente aparatoso, cuando el fallecido es muy joven o cuando es una persona famosa y querida. Son muertes estruendosas, es imposible no notar que sucedieron... pero hay otras veces en las que no hay lágrimas, no hay lamentos, no hay duelo y ni siquiera es fácil determinar en qué punto esa persona dejó de existir porque, en lugar de ser repentino, fue muy gradual... Más aún, cuando eso ocurre nadie se da cuenta que ese individuo ya no está; a nadie le importa y nadie lo recuerda; y si alguien lo llegara a recordar, lo olvidará muy fácilmente, como si nunca hubiera existido. Lo que pasa con estos individuos es que simplemente su vida se diluyó y se volvió completamente irrelevante e intrascendente, como un puñado de tierra arrojado a un estanque que se dispersa hasta desaparecer, sin rastro evidente de su presencia previa.

Dicen que es posible regresar de la nada, aunque la posibilidades son remotas y lo más que se sabe es de alguien que escuchó a alguien más decir que un tercero lo logró.

Cualquiera puede caer en la nada. Nadie está exento, pero no cualquiera se da cuenta de ello cuando le sucede. Muchos de los que lo notan se percatan demasiado tarde, cuando ya no hay nada que hacer. Algunos nacen ya tocados por la nada, como parte de sí mismos; algunos se infectan desde muy jóvenes pero permanece ahí, latente, sin causar estragos, hasta que algún evento provoca que se manifieste e inicie el proceso degenerativo. Otros más siempre han vivido con ella y creen que es algo normal, sin darse cuenta que los ha estado consumiendo poco a poco por años o incluso décadas. No a todos los ataca igual ni con la misma velocidad pero, en términos generales, el proceso es lento. Se puede contrarrestar la nada si se detecta en etapas tempranas y se atiende adecuadamente, pero si el mal ya avanzó no se puede resolver estando solo y no se puede salir de ella por sí mismo. Es como intentar salir de un pozo tirando uno mismo de sus propios cabellos. Se necesita que alguien más se de cuenta de lo que está pasando y esté dispuesto a tender una mano aunque, en el proceso, esa persona se arriesga a desaparecer también. En ocasiones, quien se está desvaneciendo, al notarlo grita pidiendo auxilio pero para entonces ya su voz no es escuchada por los demás, ya no hay nadie cerca que lo escuche o sus palabras se han vuelto tan ininteligibles que nadie entiende lo que está tratando de decir. Las personas se empiezan alejar de quien se está desvaneciendo porque poco a poco dejan de notar su presencia, deja de ser relevante.

Cuando uno está cayendo hacia la nada pareciera que el mundo es el que desaparece y no uno mismo. La comida deja de tener sabor, los colores dejan de tener intensidad, la música deja de tener melodía y las palabras dejan de tener sentido. ¿Quién querría comer comida sin sabor y admirar colores sin intensidad? Así que uno empieza a perder la avidez por las cosas que solía disfrutar y empieza a sentirlas extrañas. El agrado inicial se convierte en enojo y frustración al punto de que uno empieza a preferir alejarse de ellas para evitar la tristeza y el dolor sin saber que, con esto, el proceso de desvanecimiento se acelera. Al principio, al darnos cuenta que nuestro entorno ya no es el mismo, buscamos esas sensaciones y emociones perdidas porque las añoramos. Muchas veces siguen ahí, a nuestra alcance, y las podemos recuperar con relativa facilidad, pero al ser tocados por la nada nos va a costar trabajo verlas y encontrarlas. El problema es que, con el paso del tiempo, estas oportunidades empiezan realmente a esfumar y la búsqueda se vuelve cada vez más infructuosa e inútil; además de que uno se cansa de seguir intentando, hasta que terminamos optando por darnos por vencido. Poco a poco, una a una, el número de cosas que nos producen satisfacción se reduce, hasta que la suma de todas ellas es igual a cero, ya sea porque nos hemos alejado voluntariamente o porque han dejado de estar ahí y se han perdido irremediablemente. De este modo, el mundo del individuo que se desvanece se empieza a reducir, a comprimir, no solo de manera figurativa sino incluso física y geográficamente. No solo se pierde el gusto e interés en cosas sencillas, como una salida a comer, sino que las metas y planes a futuro también pierden significado y la voluntad de luchar y persistir se va agotando hasta que los ánimos se convierten en desesperanza.

Al perderse la capacidad de percibir el mundo, se pierde la capacidad de interactuar con él. Para caminar, necesitamos tener peso y que nuestros músculos ejerzan una fuerza contra el piso para que la fricción nos empuje hacia adelante. Si perdemos esa tracción, por más rápido que movamos las piernas o por más fuerza que le imprimamos a nuestras pisadas, no podremos avanzar. ¿Cómo podríamos, entonces, sostener un lápiz y dibujar?, ¿cómo podríamos tomar una cuchara para comer? y, si después de muchos intentos, ya no se pueden hacer estas cosas, ¿para qué seguir intentándolo? En esta etapa del proceso, el individuo comienza a percibir el mundo con menor nitidez, casi siempre sin saber que es él quien la está perdiendo. Llega el momento en el que ya no hay nada que represente un estímulo distinguible, todo se convierte en una mancha plana o en ruido, que para el caso es lo mismo, como si las manos se entumecieran y no hubiera sensación alguna al tocar ningún objeto, ni de agrado ni de desagrado, como si la persona estuviera flotando en un vacío y una oscuridad completos, donde ni siquiera se puede distinguir el arriba y el abajo. Justo antes de caer en la nada, la persona deja de ser tangible y si intenta tocar algún objeto, solo lo atravesará, como un fantasma. Como si fuera una nube de humo que se dispersa en el aire.

Lo más doloroso es perder a las personas cercanas porque, además de ser los únicos que pueden salvar al afectado por la nada, suelen ser lo último que les sigue proveyendo felicidad y satisfacción. Irónicamente, los individuos en proceso de transición hacia la inexistencia ahuyentan a los demás. Los aquejados por la nada, poco a poco, dejan de hablarle a los demás y los demás dejan de escucharlos. Algunos se fastidian pero regularmente ni siquiera lo notan, simplemente se ponen de pie y se van, como si hubieran pasado mucho tiempo esperando el transporte público hasta que olvidaron a donde iban y para qué.

Pero entonces, una persona que ha caído en la nada puede ser declarado muerto ¿no es así? No es tan fácil de determinar. Caer a la nada es más bien como caer en un agujero negro en el que el tiempo y el espacio se distorsionan al acercarse a su centro. Es como caer sin tocar nunca el fondo Al llegar al horizonte de eventos, ya ni siquiera el tiempo transcurre y, entonces, quedan varados en ese instante por toda la eternidad, en un estado de indeterminación total, en el cual no hay formas, ni colores, ni sonidos, no hay bien, no hay mal, no hay vida, no hay muerte, no hay tristeza ni felicidad.

2018/11/19

Diario de Sueños - 2018/11/18

El domingo dormí toda la tarde.


Soñé que salía de dar clases...

Ya era de noche pero en lugar de ir a mi casa había quedado de verme con mi grupo de amigos con quienes jugué por primera vez Dungeons & Dragons hace años (a algunos de los cuales tiene mucho que no veo), así que caminé varias cuadras por la calle hasta llegar a un edificio de departamentos. Ellos me esperaban en un departamento del tercer piso. Al entrar me di cuenta que era relativamente pequeño y austero pero se veía que no tenía mucho de haber sido construido. Estaban todos ahí, con las luces apagadas, aunque alcanzábamos a vernos claramente porque las luces de los edificios aledaños proporcionaban iluminación indirecta y la penumbra era suficiente para distinguirnos. Saludaba a todos uno a uno y les preguntaba que cómo estaban. Platicábamos muy brevemente, no recuerdo de qué... y en unos instantes más comenzaban a irse o simplemente volteaba y ya no estaban ahí. Luego de un par de minutos, todos se fueron, menos uno de ellos. Yo estaba resignado a quedarme ahí solo y comenzaba a revisar mi mochila para sacar algún cuaderno o libro y ver qué me podía poner a hacer para avanzar en los pendientes y evitar quedarme sin hacer nada pero mi amigo me dijo que fuera con él a otro lugar cerca de ahí, que lo acompañara a una fiesta... o algo así.

Llegamos a otro departamento, con un estilo parecido. Se veía que era nuevo y no muy grande, solo que este se veía muy cuidado y decorado con cosas caras y lujosas como muebles de diseñador y algunos objetos en las paredes. Era blanco con algunos detalles color magenta e incluso parece que tenía luces neón de ese color en algunas partes, como las aristas que unían el techo con las paredes. Pero no había realmente una fiesta. No había música, ni movimiento, ni comida o bebida a la vista. Solo había como 4 personas más en el lugar pero no parecían estar festejando o conviviendo, más bien como que tenían que estar ahí por alguna razón, o esperaban a alguien, aunque su atuendo sí era como de fiesta o como si estuvieran en un bar.

La primer persona a la que vi fue una mujer como de 30 años o poco más, muy maquillada y con un vestido largo color vino; se veía que era guapa, aunque no la alcancé a observar con detenimiento. Estaba sentada, muy seria y callada, en un banco alto al fondo del departamento. También estaba un tipo joven, de unos 20 años, con una actitud más alegre y una cámara en mano con la que no dejaba de grabar a todos en el lugar, incluidos a mi amigo y a mi, al tiempo que sonreía y buscaba llamar nuestra atención como para que supiéramos que nos grababa. Por último, vi dos muchachas muy jóvenes, tal vez adolescentes, ambas con vestido de noche y una actitud seria, tímida, casi triste. Una de ellas era morena y muy delgada, su vestido era color violeta y tenía rasgos un tanto asiáticos, aunque no estaba seguro de que lo fuera. De la otra no recuerdo su apariencia porque estaba parada detrás de la primera. creo que su vestido era blanco.

Yo me senté en la parte central de un sofá blanco que estaba en lo que parecía ser la sala mientras mi amigo se dirigió a una barra en el lugar y comenzó a preparar unas bebidas al tiempo que me comenzó a hablar de un "negocio", aunque no me decía nada en concreto por lo que no me quedaba claro de qué se trataba. Me decía que se ganaba bien y que él sería mi contacto para cuando me encargaran algún trabajo. Luego, él también se sentó en el sofá a mi derecha y me dio una de las bebidas que preparó mientras me seguía hablando de las bondades del trabajo. La jovencita morena de rasgos asiáticos se acercó y se sentó a mi izquierda, muy cerca de mí y me empezó a abrazar y acariciar, incluso a intentar meter su mano debajo de mi camisa. Mi amigo me dijo que ella era "parte de las prestaciones del trabajo", intentando convencerme de aceptar, pero también me dijo que, aunque yo aun no comenzaba a trabajar, por ser su invitado en esa ocasión, podía pasar la noche con ella y me señaló con la cabeza una habitación que no tenía puerta y en la que se alcanzaba a ver una cama amplia cubierta con una colcha negra satinada... al mismo tiempo, ella me seguía acariciando con una mano y estiraba la otra para tocar también a mi amigo. Obviamente, todo eso lo grababa el tipo de la cámara que estaba de pie frente a nosotros haciéndonos señas como para que volteáramos a la cámara.

Mi amigo se levantó y me dijo que tenía que salir porque tenía un trabajo pendiente que hacer, pero que yo me quedara y me la pasara a gusto. En ese instante terminé de "armar el rompecabezas" en mi cabeza y le dije: "Tú vives aquí, ¿verdad?" Y me responde: "Si, deberías mudarte también". 

Mi amigo y las demás personas que estaban esa noche en el departamento vivían ahí, y posiblemente otros más que no estaban en ese momento, pero no era propiamente "su casa", sino su base de operaciones, estaban ahí para tenerlos disponibles todo el tiempo, pero no solo eso. Había dos recámaras en el lugar pero no eran de nadie en particular. Ninguno de ellos tenía una habitación o espacio individual sino que simplemente dormían donde podían, como podían o con quien querían, sin privacidad alguna. Las habitaciones no tenían puertas para saber en todo momento que estaban haciendo los demás, para tenerlos siempre vigilados y para que se vigilaran mutuamente (aunque parece que el sanitario si estaba cerrado). También por eso siempre estaba alguien grabando todo lo que pasaba ahí, para poderlos controlar, para que nadie tramara nada y, en caso de que alguien quisiera desertar o huir, tener toda la información posible de cada individuo para facilitar su localización o para extorsionarlos con el contenido de los videos; por ejemplo: las jovencitas estaban a disposición de los demás para su disfrute sexual pero todo parecía indicar que eran menores de edad y, por lo tanto, eso ya implicaba un delito, de modo que también por ahí podían presionarlos para que no intentaran huir.

Además de darme cuenta de lo anterior, entendí que yo tampoco tenía opción. Desde el momento en el que entré a ese lugar y mi amigo me habló del 'negocio', yo ya había sido reclutado y no me podía rehusar. No sabía exactamente lo que hacían pero ya me había convertido en otro habitante de ese departamento y tenía que esperar a que me dieran una asignación. Por lo que me dijo mi amigo, me quedaba claro que ni él ni ninguno de los ahí presentes era el jefe, sino que alguien más estaba detrás de todo. Ellos solo eran 'empleados'.

Mi amigo se fue, no sin antes darle indicaciones al de la cámara de como debía guardar la grabación de esa noche... y luego me dijo que tal vez podía hacerlo yo para ir aprendiendo cómo se manejaban ahí las cosas. Desde la otra habitación me enseñaron un cajón de madera lleno con cassettes de la cámara (había por lo menos unos cincuenta) y me explicaron donde debía colocar la grabación de esa noche. Yo seguía en el sillón, con la jovencita a mi lado quien seguía acariciándome y solo asentaba con la cabeza a lo que me decían... Luego de que mi amigo se fue me levanté y dije lo único que se me ocurrió, que iría al Oxxo por algo de comer, que no tardaba. Sorprendentemente, nadie se opuso a ello, así que salí caminando rápidamente del lugar mientras pensaba qué hacer, si intentar huir o ir a la policía o qué... pensaba que si huía solo lograría que fueran tras de mí e ir a la policía tal vez era inútil y arriesgado, así que pensé que lo mejor sería seguirles el juego un tiempo e intentar algo para destruir a esa organización desde a dentro. Tal vez buscar la manera de conocer al líder y matarlo.

Mientras pensaba en eso caminaba por el estacionamiento del edificio que, más bien, parecía como de centro comercial... y de repente vi algo: Era un niño de unos 10 años que se acercaba hacia mí. Primero pensé que estaba muy sucio, pero al acercarse noté que su piel era gris. Su ropa era muy vieja, prácticamente harapos y caminaba hacia mí en actitud cada vez más amenazante e irracional... era un tipo de zombie, o al menos eso parecía.

Decidí cambiar la dirección para eludirlo pero al hacerlo me percataba de que no era el único. Varios niños similares salían desde diferentes direcciones. No solo eso, sino que había personas huyendo de ellos que corrían despavoridos convirtiendo la escena en algo caótico. No sabía bien qué dirección tomar y, de hecho, rectifiqué la dirección en varias ocasiones hasta llegar a un sótano muy oscuro mientras varios de esos niños iban detrás de mí.

De alguna manera yo sabía lo que estaba pasando: Esos eran niños de la calle que habían quedado en esa condición a causa de una droga que consumieron, la cual era distribuida por la gente para quienes yo ahora trabajaba y entre cuyos efectos estaban la conducta violenta y errática, además de daño cerebral irreversible luego de unas pocas dosis... y ese inexplicable cambio en el color de la piel. Esos niños aparentemente ya no tenían esperanza. Seguramente la habían ingerido tres o cuatro veces, lo cual era suficiente para deteriorar sus capacidades cognitivas permanentemente, al grado de que habían perdido todo signo de racionalidad. Algunos podían incluso terminar con muerte cerebral porque parece que la droga seguía causando estragos aun después de suspender su uso.

Mientras corría pude hacerme de una pala con la que los mantenía a raya hasta que aparentemente lograba perderlos, pero llegué a un callejón oscuro y sin salida. Cerca de la pared había una veintena de tubos de unas 4 pulgadas de grosor. Parecían el sistema de suministro de agua de algún edificio. Todos los tubos estaban en posición vertical separados entre si y de la pared por varios centímetros, formando lo que parecía un "campo de bambú". Otro sujeto, que llegó corriendo detrás de mí, y yo nos escondimos entre los tubos, como a metro y medio de distancia uno del otro, aunque no ofrecían mucho resguardo. Un par de niños se acercaron a donde estábamos pero se detuvieron a varios pasos de nosotros sin ubicarnos. Uno de ellos, el más pequeño, de unos 7 años, simplemente se fue después de unos instantes de no lograr encontrarnos. El otro, de unos 10 años de edad, se acercó más, pero cuando estaba a punto de llegar a donde estábamos solamente se quedó ahí de pie, como ido. Era imposible que no nos viera porque, aunque había poca luz, estaba de frente a nosotros, como a medio metro de mi, pero como que ya no podía razonar, su cerebro ya no funcionaba muy bien y parecía que, por momentos, simplemente se apagaba y solo se quedó ahí parado con la mirada perdida. Intenté golpearlo con la pala pero por la disposición de los tubos no podía alcanzarlo ni hacer un movimiento contundente con mi brazo. El niño seguía ahí, indiferente, aunque mis movimientos no eran nada sutiles. El otro tipo me hizo señas para que le diera la pala y pudiera intentar usarla. Parecía buena opción porque él tenía mejor ángulo. Yo quedaba frente al niño, mientras aquel sujeto quedaba a su derecha, así que cambié la pala de mano, y con la mano izquierda la lancé en posición vertical hacia él, quien logró tomarla en el aire... se acomodó y consiguió conectarle un fuerte golpe al niño, quien retrocedió solo un poco por la fuerza del impacto pero no mostraba signos de dolor o ninguna reacción consciente, así que mi compañero salió de su escondite para rematarlo. Lo golpeó varias veces con la pala hasta lograr derribarlo. Ya que el niño estaba en el suelo yo solo atiné a decirle: "Asegúrate de matarlo. Pégale en la cabeza con el filo de la pala hasta que le abras el cráneo".



Al despertar, eran las 11 de la noche... estuve más de cuatro horas indeciso entre levantarme a hacer algo o intentar dormir de nuevo.