A veces, las personas no mueren, solo dejan de ser personas. Se desvanecen, se convierten en nada.
Es muy triste cuando hay una muerte trágica, cuando ocurre un accidente aparatoso, cuando el fallecido es muy joven o cuando es una persona famosa y querida. Son muertes estruendosas, es imposible no notar que sucedieron... pero hay otras veces en las que no hay lágrimas, no hay lamentos, no hay duelo y ni siquiera es fácil determinar en qué punto esa persona dejó de existir porque, en lugar de ser repentino, fue muy gradual... Más aún, cuando eso ocurre nadie se da cuenta que ese individuo ya no está; a nadie le importa y nadie lo recuerda; y si alguien lo llegara a recordar, lo olvidará muy fácilmente, como si nunca hubiera existido. Lo que pasa con estos individuos es que simplemente su vida se diluyó y se volvió completamente irrelevante e intrascendente, como un puñado de tierra arrojado a un estanque que se dispersa hasta desaparecer, sin rastro evidente de su presencia previa.
Dicen que es posible regresar de la nada, aunque la posibilidades son remotas y lo más que se sabe es de alguien que escuchó a alguien más decir que un tercero lo logró.
Es muy triste cuando hay una muerte trágica, cuando ocurre un accidente aparatoso, cuando el fallecido es muy joven o cuando es una persona famosa y querida. Son muertes estruendosas, es imposible no notar que sucedieron... pero hay otras veces en las que no hay lágrimas, no hay lamentos, no hay duelo y ni siquiera es fácil determinar en qué punto esa persona dejó de existir porque, en lugar de ser repentino, fue muy gradual... Más aún, cuando eso ocurre nadie se da cuenta que ese individuo ya no está; a nadie le importa y nadie lo recuerda; y si alguien lo llegara a recordar, lo olvidará muy fácilmente, como si nunca hubiera existido. Lo que pasa con estos individuos es que simplemente su vida se diluyó y se volvió completamente irrelevante e intrascendente, como un puñado de tierra arrojado a un estanque que se dispersa hasta desaparecer, sin rastro evidente de su presencia previa.
Dicen que es posible regresar de la nada, aunque la posibilidades son remotas y lo más que se sabe es de alguien que escuchó a alguien más decir que un tercero lo logró.
Cualquiera puede caer en la nada. Nadie está exento, pero no cualquiera se da cuenta de ello cuando le sucede. Muchos de los que lo notan se percatan demasiado tarde, cuando ya no hay nada que hacer. Algunos nacen ya tocados por la nada, como parte de sí mismos; algunos se infectan desde muy jóvenes pero permanece ahí, latente, sin causar estragos, hasta que algún evento provoca que se manifieste e inicie el proceso degenerativo. Otros más siempre han vivido con ella y creen que es algo normal, sin darse cuenta que los ha estado consumiendo poco a poco por años o incluso décadas. No a todos los ataca igual ni con la misma velocidad pero, en términos generales, el proceso es lento. Se puede contrarrestar la nada si se detecta en etapas tempranas y se atiende adecuadamente, pero si el mal ya avanzó no se puede resolver estando solo y no se puede salir de ella por sí mismo. Es como intentar salir de un pozo tirando uno mismo de sus propios cabellos. Se necesita que alguien más se de cuenta de lo que está pasando y esté dispuesto a tender una mano aunque, en el proceso, esa persona se arriesga a desaparecer también. En ocasiones, quien se está desvaneciendo, al notarlo grita pidiendo auxilio pero para entonces ya su voz no es escuchada por los demás, ya no hay nadie cerca que lo escuche o sus palabras se han vuelto tan ininteligibles que nadie entiende lo que está tratando de decir. Las personas se empiezan alejar de quien se está desvaneciendo porque poco a poco dejan de notar su presencia, deja de ser relevante.
Cuando uno está cayendo hacia la nada pareciera que el mundo es el que desaparece y no uno mismo. La comida deja de tener sabor, los colores dejan de tener intensidad, la música deja de tener melodía y las palabras dejan de tener sentido. ¿Quién querría comer comida sin sabor y admirar colores sin intensidad? Así que uno empieza a perder la avidez por las cosas que solía disfrutar y empieza a sentirlas extrañas. El agrado inicial se convierte en enojo y frustración al punto de que uno empieza a preferir alejarse de ellas para evitar la tristeza y el dolor sin saber que, con esto, el proceso de desvanecimiento se acelera. Al principio, al darnos cuenta que nuestro entorno ya no es el mismo, buscamos esas sensaciones y emociones perdidas porque las añoramos. Muchas veces siguen ahí, a nuestra alcance, y las podemos recuperar con relativa facilidad, pero al ser tocados por la nada nos va a costar trabajo verlas y encontrarlas. El problema es que, con el paso del tiempo, estas oportunidades empiezan realmente a esfumar y la búsqueda se vuelve cada vez más infructuosa e inútil; además de que uno se cansa de seguir intentando, hasta que terminamos optando por darnos por vencido. Poco a poco, una a una, el número de cosas que nos producen satisfacción se reduce, hasta que la suma de todas ellas es igual a cero, ya sea porque nos hemos alejado voluntariamente o porque han dejado de estar ahí y se han perdido irremediablemente. De este modo, el mundo del individuo que se desvanece se empieza a reducir, a comprimir, no solo de manera figurativa sino incluso física y geográficamente. No solo se pierde el gusto e interés en cosas sencillas, como una salida a comer, sino que las metas y planes a futuro también pierden significado y la voluntad de luchar y persistir se va agotando hasta que los ánimos se convierten en desesperanza.
Al perderse la capacidad de percibir el mundo, se pierde la capacidad de interactuar con él. Para caminar, necesitamos tener peso y que nuestros músculos ejerzan una fuerza contra el piso para que la fricción nos empuje hacia adelante. Si perdemos esa tracción, por más rápido que movamos las piernas o por más fuerza que le imprimamos a nuestras pisadas, no podremos avanzar. ¿Cómo podríamos, entonces, sostener un lápiz y dibujar?, ¿cómo podríamos tomar una cuchara para comer? y, si después de muchos intentos, ya no se pueden hacer estas cosas, ¿para qué seguir intentándolo? En esta etapa del proceso, el individuo comienza a percibir el mundo con menor nitidez, casi siempre sin saber que es él quien la está perdiendo. Llega el momento en el que ya no hay nada que represente un estímulo distinguible, todo se convierte en una mancha plana o en ruido, que para el caso es lo mismo, como si las manos se entumecieran y no hubiera sensación alguna al tocar ningún objeto, ni de agrado ni de desagrado, como si la persona estuviera flotando en un vacío y una oscuridad completos, donde ni siquiera se puede distinguir el arriba y el abajo. Justo antes de caer en la nada, la persona deja de ser tangible y si intenta tocar algún objeto, solo lo atravesará, como un fantasma. Como si fuera una nube de humo que se dispersa en el aire.
Lo más doloroso es perder a las personas cercanas porque, además de ser los únicos que pueden salvar al afectado por la nada, suelen ser lo último que les sigue proveyendo felicidad y satisfacción. Irónicamente, los individuos en proceso de transición hacia la inexistencia ahuyentan a los demás. Los aquejados por la nada, poco a poco, dejan de hablarle a los demás y los demás dejan de escucharlos. Algunos se fastidian pero regularmente ni siquiera lo notan, simplemente se ponen de pie y se van, como si hubieran pasado mucho tiempo esperando el transporte público hasta que olvidaron a donde iban y para qué.
Pero entonces, una persona que ha caído en la nada puede ser declarado muerto ¿no es así? No es tan fácil de determinar. Caer a la nada es más bien como caer en un agujero negro en el que el tiempo y el espacio se distorsionan al acercarse a su centro. Es como caer sin tocar nunca el fondo Al llegar al horizonte de eventos, ya ni siquiera el tiempo transcurre y, entonces, quedan varados en ese instante por toda la eternidad, en un estado de indeterminación total, en el cual no hay formas, ni colores, ni sonidos, no hay bien, no hay mal, no hay vida, no hay muerte, no hay tristeza ni felicidad.